jueves, 22 de octubre de 2009

El ser desde la ontología hermenéutica. Mónica Cuervo Prados

El ser desde la ontología hermenéutica. Mónica Cuervo Prados

La esencia de la ontología hermenéutica, no implica solamente la mirada del ser mental y racional que la modernidad avaló a través de la ciencia y el poder, sino que propende por la mirada de un ser integral, que implica el reconocimiento, la conjunción y el equilibrio entre la espiritualidad, la corporalidad y la racionalidad.

El primero de estos ejes (el espiritual) no es puesto aleatoriamente, ya que el equilibrio sólo es posible si la espiritualidad asume la misión de ser el centro y la fuerza del equilibrio. Equilibrio no es poner todo en el mismo nivel, sino dar la prelación a un eje para que ayude a poner todo al mismo nivel. El reconocimiento de la espiritualidad, lo cual nos lleva al reconocimiento del ser cuyo espíritu en conexión con lo divino, es lo que nos genera la fuerza para reconocernos en el mundo, y nos lleva a poder asumir nuestra responsabilidad con el mundo y con nosotros mismos.

La corporalidad y la racionalidad van de la mano del espíritu hacia una comprensión no hedonista ni egoísta sino perceptual y práctica. La mirada espiritualidad cobra un sentido del cuerpo y la mente como entes sacros, que nos dirigen a una mirada de la cautela, la aplicación de lo aprendido y la consolidación de los proyectos soñados y anhelados.

La mente y el cuerpo son parte esencial del ser a través de la esencia espiritual y cobran el sentido de un camino que lleva al respeto, a la duda, al reconocimiento del sí mismo y del otro. Por ende esto nos lleva a la responsabilidad del mundo y la comprensión de la justicia como lucha por la construcción de una sociedad diferente.

La hermenéutica entonces, se torna no solamente en una mirada filosófica, sino que desde su mirada ontológica, se convierte en una mirada de la realidad, del mundo, del otro, de dios y del sí mismo. Es un camino no imperativo sino posible a ser caminado en la diversidad de sendas que la vida propone, pero que esencialmente opta por el cambio y la transformación del sí mismo para aportar a la construcción de tiempos y espacios de amor.

Indiscutiblemente al hablar de ontología y tener la posibilidad de vernos desde el equilibrio del ser, aparece la importancia de la historia efectual o historicidad, la cual nos lleva a contemplar la conexión temporal entre el pasado y el presente de una mirada dinámica, que lleva al ser a verse en el tiempo y por ende en el espacio desde ese mirada espiritual, corporal y racional.

El tiempo y el espacio son entonces el contexto de la praxis, en el que hacemos realidad ese equilibrio o desequilibrio en el cual nos encontramos o en el cual nos miramos permanentemente en el espejo de la mirada crítica, que si bien es racional es en esencial la mirada de la conciencia, la cual pasa a ligarse a la mirada espiritual.

Es en el mundo donde nos volvemos equilibrio o desequilibrio, es en el tiempo y el espacio donde ponemos a prueba cómo es la relación espiritual, corporal y racional que estamos construyendo. La ontología nos lleva igualmente a no interpretar el error desde la culpa y la autodestrucción, sino a comprender los hechos del sí mismo y del otro desde el poder de sentir el amor y el perdón del ser supremo que nos sana, nos guía y nos dirige a un equilibrio sano y comprensible entre el otro y el sí mismo. En ese orden de ideas yo tengo la responsabilidad de complementar el amor de dios con el amor que debo dar a los otros.

Es importante anotar que si bien la búsqueda del equilibrio del sí mismo es esencial, es el otro desde su propia búsqueda, quien nos pone en jaque y se convierte en nuestro espejo de reflexión, contemplación y acción del mundo. A través del otro es que nos podemos ver a nosotros mismo, por lo tanto es en la relación con lo que no nos gusta, lo que nos duele, lo que nos conduele e incluso lo que odiamos que está nuestra meta del largo camino de la vida respecto a la búsqueda ontológica del sí mismo. Es en mi historia y en la historia de los otros que yo estoy y soy, pero es igualmente en esa relación donde están mis responsabilidades.

El camino hermenéutico ontológico e historicista debe superar el campo de la teorización para convertirse en un campo complejo de praxis con responsabilidades hacia el otro y hacia el sí mismo. Este campo de interacciones, relaciones, hábitos, miedos y alegrías es en el que permanentemente estoy actuando en la realidad y a la vez contemplando esa realidad desde el amor (máxima sentencia de la espiritualidad). El amor desde su complejidad, nos lleva a mirar al otro y mirarnos a nosotros mismos con la luz del equilibrio y la responsabilidad de un actuar permanente por la construcción conjunta de tiempos y espacios que opten por la búsqueda de una sociedad más justa, lo cual empieza por nuestro propio entorno vital (familia, trabajo, recorrer cotidiano, etc), que es en el que directamente nos tornamos actores sociales y en el que iniciamos esa praxis tan compleja que si bien podemos negar, siempre estará ahí para recordarnos cuál es nuestra esencia y cuál es nuestra razón de ser en el mundo.

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